viernes, 13 de diciembre de 2013

RECUERDOS DE NAVIDAD: EL NACIMIENTO DE CARTÓN Y EL DIA DE REYES


   Cuando yo tenía 12 ó 13 años, alrededor de 1953. Se me ocurrió hacer para mis hermanos un nacimiento de cartón, cogí una caja de zapatos la pinté de colores y eso representó el portal y dentro las figuras del Belén y los tres Reyes Magos. Todo pintado a colores y recortado dejando abajo una saliente para doblar, que se sujetase en él. en la cocina de mi casa había una esquinera con una cortina de flores, hay fue donde puse el Belén. Vinieron todos lo niños a verlo y les mandaba tocar la pandereta y cantar un villancico, y eso llamó la atención a todo el vecindario.
Así era yo de alegre!!!!!

Las que conocemos a Luisa (socia de Mieres), podemos decir que sigue siendo una mujer muy participativa, dinámica y alegre. No cambies nunca, gracias por tus recuerdos.


EL DIA DE REYES

Cuando la mañana de Reyes de hace ya mucho tiempo, con mis ojos medio cerrados por el sueño, me levante a mirar que me habían traido los reyes. Ví una sillita de paja roja con dibujos dorados, sobre la sillita había una tela doblada, y yo grite!!! mira me han traido también una sábado de lienzo moreno (una tela antigue que se habían muchas cosas) y cuando lo cogí era un camisón de manga larga, por culpa de mi sueño habia confundido el color...
    Todos los presentes se empezaron a reir.

MIS RECUERDOS: MI MUÑECA DE TRAPO



(la foto no es la misma que hacía la socia, pero es para que las nuevas generaciones de jóvenes, conozcan como son las muñecas de trapo)  

Yo en mi niñez, nunca tuve una muñeca, porque no podían comprarmela, pero yo las hacia de trapo, luego las rellenaba con serín, la cara, los ojos, la boca y las pestañas  los pintaba con un lápiz, y el pelo lo ponía de lana y con eso me conformaba.
El día que fui madre y tuve una hija, lo primero que le compré fue una muñeca, pero estaba yo tan contenta con la muñeca, como mi hija.

Muchas gracias, Julia socia de Mieres nacida el 1 de abril de 1924.



miércoles, 11 de diciembre de 2013

NUESTROS JUEGOS Y JUGUETES, NUESTROS RECUERDOS DE NAVIDAD




             Estamos en plena CAMPAÑA NAVIDEÑA.  Desde nuestra asociación queremos hacer un análisis crítico y mostrar nuestros recuerdos de la infancia en relación a esta época,  haciendo un recorrido histórico por los juegos y juguetes en los que participaban nuestras socias.

Nos  damos cuenta como los  juegos tradicionales se pueden encontrar en todas partes  del mundo. Nuestras asociadas, no todas nacieron en Asturias, así que nos van a contar sus propias historias. Si bien habrá algunas diferencias en la forma del juego, en el diseño, en la utilización o en algún otro aspecto, la esencia del mismo permanece. Y es curioso cómo todos estos juegos se repiten en las vidas de las personas con sus características particulares, sus nombres dependiendo del lugar donde se juegue pero el desarrollo y el material de juego es similar.

En realidad, la historia de los juegos y de los juguetes es parte esencial en la vida de las personas.

Algunas socias comentaban que no tenían juguetes o que no habían tenido tiempo para jugar, pero indagan han salido historias realmente bonita y emocionantes.

El juego es una actividad innata del ser humano. Es la primera y la principal actividad por la que nos comunicamos con los demás, observamos y exploramos la realidad que nos rodea, establecemos relaciones con los objetos. Con el juego desarrollamos aspectos creativos y perfeccionamos múltiples habilidades ayudándonos a canalizar tanto su energía vital física, como la mental y la emocional.

El juego:

.- No debe crear barreras entre niños y niñas

.- Aporta aprendizaje. Por lo que tiene que evitar la transmisión  de estereotipos.

.- Deben potenciar la cooperación en lugar de la competitividad entre niñas y niños.



¿Qué hacen los juegos y juguetes sexistas?

  • Promueven modelos de mujer y hombre socialmente aceptados.

  • Fomento del trabajo productivo y reproductivo.



A lo largo de nuevas entradas vamos a comprobar tristemente como los juguetes han sido y son sexistas, además ahora se suma el consumismo puro de la publicidad que los precede mediante 10 minutos largos de dibujos animados.

martes, 10 de diciembre de 2013

AMANDA RODOREDA

Durante mucho tiempo se dijo que Amanda Rodoreda era hija de Antonio Sánchez, el compadre de su papá. Y ni su propia madre pareció saber de dónde le había llegado a la barriga aquella niña tan poco parecida a los dos hombres que para su desgracia le cruzaron la vida. Decían que cuando la soltó al mundo, su corazón todavía estaba ardiendo por la boca y las manos de Antonio Sánchez, aunque su cabeza descansara como siempre en el regazo de su apacible Rodoreda.
(...)
Amanda no había nacido todavía, cuando su futura abuela paterna tuvo la delicadeza de preguntarle a su hijo si estaba seguro de que por el vientre de su mujer no había pasado más que el esperma Rodoreda. Con esa sola pregunta derribó la torre de naipes que era ya la vida de aquel marido, empeñado en no ver la pena que su señora tenía en los ojos. Rodoreda volvió a su casa a tirarse en una cama para tratar de morirse. Estuvo dos semanas con fiebre, echando espuma por la boca y un líquido azulado por los ojos, con la piel ceniza y el pelo encaneciendo de uno en uno, pero a tal velocidad que cuando volvió en sí tenía la cabeza blanca. Su mujer estaba junto a él y lo vio abrir los ojos por primera vez para mirar, no sólo para perderse en un horizonte inalcanzable..
 (...)
Cuando murió su madre, Amanda tenía diez años y la furia más que la tristeza se le instaló en los ojos durante meses. Lo mismo le pasó a Rodoreda, así que estuvieron viviendo juntos más de un año sin hablarse. Un día Rodoreda se la quedó mirando mientas ella escribía su tarea empinada sobre un cuaderno. -¿A quién te pareces tú? -le preguntó acariciándola. 
-A mí -le contestó Amanda-. ¿A quién quieres que me parezca? 
-A mi abuela -dijo Rodoreda y empezó a contar cosas de su abuela en Asturias hasta que la conversación se instaló de nuevo en la casa.
(...)

REBECA PAZ Y PUENTE

A través de los relatos las mujeres transmiten unas a otras su propia forma de comprender el mundo, muchas veces incomprendida por los hombres. En este relato, gracias al relato de la abuela, la nieta, cuidadora y confesora aprende a romper con una relación de dependencia no sana con su marido. 

A los ciento tres años Rebeca Paz y Puente no había tenido en su vida más enfermedad que aquella que desde un principio pareció la última.
(...)
 A ratos los hijos le hablaban al oído, buscando su empequeñecida cabeza enmedio de una melena blanca cada día más abundante.

- ¿Por qué no descansas, mamá? -le preguntaban, exhaustos y compadecidos.

- ¿Qué quieres? ¿Qué esperas aún?
(...)
-¿Qué te pasa? -le preguntó, acariciándola. Ella se dejó estar así por un rato, sintiendo la mano de su nieta ir y venir por su cabeza, su mejilla, sus hombros. 
Por fin dijo con su voz en trozos:
-No quiero que me entierren con el hombre. 
Media hora después los hijos de doña Rebeca Paz y Puente le pro-metieron enterrarla a sus anchas, en una tumba para ella sola.
(...)
-¿Quién te llamó a un funeral? Saca tus flores y vete. Yo no quiero que me entierren contigo.

LAURA GUZMAN

Al marido de Laura Guzmán le gustaba que su recámara diera a la calle. Era un hombre de costumbres cuidadosas y horarios pertinen-tes que se dormía poco después de las nueve y se levantaba poco antes de las seis. Nada más era poner la cabeza sobre la almohada y trasladar su inconsciente a un sitio en el que permanecía mudo durante toda la noche, porque si de algo se jactaba aquel hombre era de no cansar su ocupada mollera con el desenfreno de los sueños. Jamás en su vida había soñado, y tenía la certidumbre de que jamás pasaría por su vida tan insana sorpresa. Despertaba un poco antes de las seis y se volvía hacia el despertador suizo que todas las noches colocaba con precisión:
 -Te gané otra vez -le decía, orgulloso del mecanismo interior que su madre le había instalado en el cuerpo.
(...)
Al contrario de su marido, ella era una desvelada de oficio. Le gus-taba darse quehaceres cuando la casa por fin estaba quieta, ir y venir del sótano a la cocina, de la cocina al costurero y de ahí a la despensa en donde todas las noches escribía un diario minucioso de lo que le iba pasando por la vida. Había llevado una serie de cuadernos que guardaba junto a los libros de cocina al terminar el rito de cada jornada.
(...)
Laura tenía sobre los tímpanos el agudo grito de un borracho en la madrugada que no podía olvidar: "Ay Diooos Mííío". La voz de aquel hombre se le metió entre sueño y sueño como la más ardiente pesadilla. Era una voz chillona, desesperada y furibunda. La voz de un in-feliz harto de serlo que cuando llama a Dios lo insulta, lo maldice, le reclama. A la tía Laura le daba miedo aquel recuerdo: miedo y éxtasis. "¡ Ay Diooos Mííío". Sonaba en su cabeza y sentía vergüenza, porque aquel sonido le producía un placer inaudito.
(...)
De entre los variados problemas que le daba aquel matrimonio de conveniencia, uno de los peores era recibir elogios en público. Su marido era experto en eso. Podía pasar semanas lejos, visitando negocios o mujeres más ordenadas, podía vivir en su casa un día tras otro sin hablar mayor cosa, mudo de la cama al comedor y del comedor a la oficina.
(...)
El cónyuge de la tía estaba tan encantado con aquel negocio, que esa noche exageró las virtudes de su mujer. Con gran paciencia ella escuchó el recuento de sus cualidades cristianas y en algunos momentos hasta le resultó agradable saber que su marido se daba cuenta de lo generosa que ella era en el trato con los demás, de la devoción infinita con que acudía a la misa obligatoria y del tiempo que dedicaba a las obras de caridad.
(...)

lunes, 9 de diciembre de 2013

NATALIA ESPARZA


Este relato nos muestra las dificultades de la vida, las decisiones equivocadas o no para luchar por un sueño, por lo que te gusta. ¿Compredéis la decisión de Natalia? ¿Le mereció la pena?
Un día Natalia Esparza, mujer de piernas breves y redondas chichis, se enamoró del mar. No supo bien a bien en qué momento le llegó aquel deseo inaplazable de conocer el remoto y legendario océano, pero le llegó con tal fuerza que hubo de abandonar la escuela de pia-no y lanzarse a la búsqueda del Caribe, porque al Caribe llegaron sus antepasados un siglo antes, y de ahí la llamaba sin piedad lo que nombró el pedazo extraviado de su conciencia.
(...)
 
La tía Natalia creció mirando los volcanes, escudriñándolos en las mañanas y en las tardes. Sabía de memoria los pliegues en el pecho de la Mujer Dormida y la desafiante cuesta en que termina el Popocatépetl.
(...)
Siete azules, tres verdes, un dorado: todo cabía en el mar. La plata que nadie podría llevarse del país: entera bajo una tarde nublada. La noche desafiando el valor de las barcas, la tranquila conciencia de quienes las gobiernan. 
(...)
No sabía por dónde era el camino, sólo quería ir al mar. Y al mar llegó después de un largo viaje hasta Mérida y de una terrible caminata tras los pescadores que conoció en el mercado de la famosa ciudad blanca. 
Eran uno viejo y uno joven. El viejo, conversador y marihuano; el joven, considerando todo una locura. ¿Cómo volvían ellos a Holbox con una mujer tan preguntona y bien hecha? ¿Cómo podían dejarla?
 -A ti también te gusta -le había dicho el viejo- y ella quiere venir. ¿No ves cómo quiere venir?
(...)
El primer día caminaron sin parar, con ella preguntando y preguntando si en verdad la arena del mar era blanca como el azúcar y las noches calientes como el alcohol. A veces se sentaba a sobarse los pies y ellos aprovechaban para dejarla atrás.
(...)
Se tiró con la ropa mojada sobre la blanca cama de arena y sintió acercarse al anciano, meter los dedos entre su cabello enredado y explicarle que si quería quedarse tenía que ser con él porque todos los otros ya tenían su mujer.
(...)
Nadie sabe cómo fue la vida de la tía Natalia en Holbox. Regresó a Puebla seis meses después y diez años más vieja, llamándose la viu-da de Uc Yam. 
Tenía la piel morena y arrugada, las manos callosas y una extraña seguridad para vivir. No se casó nunca, nunca le faltó un hombre, aprendió a pintar y el azul de sus cuadros se hizo famoso en París y en Nueva York.
(...)"

CLEMENCIA ORTEGA

Romper con las convenciones sociales, disfrutar de tu propia sexualidad, decidir tu vida, esta es la historia de Clemencia Ortega. 
¿Os ha gustado el personaje?

El novio de Clemencia Ortega no supo el frasco de locura y pasiones que estaba destapando aquella noche. Lo tomó como a la mermelada y lo abrió, pero de ahí para adelante su vida toda, su tranquilo ir y venir por el mundo, con su traje inglés o su raqueta de frontón, se llenó de aquel perfume, de aquel brebaje atroz, de aquel veneno. 
Era bonita la tía Clemencia, pero abajo de los rizos morenos tenía pensamientos y eso a la larga resultó un problema. Porque a la corta habían sido sus pensamientos y no sólo sus antojos los que la lleva-ron sin dificultad a la cama clandestina que compartió con su novio.
En aquellos tiempos, las niñas poblanas bien educadas no sólo no se acostaban con sus novios sino que a los novios no se les ocurría siquiera sugerir la posibilidad.
(...)
Así que el novio no sintió nunca la vergüenza de los que abusan, ni el deber de los que prometen. Hicieron el amor en la despensa mien-tras la atención de todo el mundo se detenía en la prima de la tía Clemencia, que esa mañana se había vestido de novia para casarse como Dios manda.
(...)
Cuando el novio al que se había regalado en la despensa quiso ca-sarse con la tía Clemencia, ella le contestó que eso era imposible.
(...)
La mañana de un martes, diecinueve años después de haber perdido el perfume y la boca de la tía Clemencia, un yucateco se presentó a ofrecerle en venta la tienda de abarrotes mejor surtida de la ciudad.
(...)
Él la vio acercarse y quiso besar el suelo que pisaba aquella diosa de armonía en que estaba convertida la mujer de treinta y nueve años que era aquella Clemencia. La vio acercarse y hubiera querido desaparecer pensando en lo feo y envejecido que él estaba. Clemencia notó su turbación, sintió pena por su barriga y su cabeza medio calva, por las bolsas, que empezaban a crecerle bajo los ojos, por el rictus de tedio que el hubiera querido borrarse de la cara.
(...)
-Apaga la luz -pidió ella cuando entraron a la bodega y el olor del orégano envolvió su cabeza. El extendió un brazo hacia atrás y en la oscuridad reanduvo los veinte años de ausencia que dejaron de pe-sarle en el cuerpo. 
Dos horas después, escarmenando el orégano en los rizos oscuros de la tía Clemencia, le pidió de nuevo: -Cásate conmigo. 
La tía Clemencia lo besó despacio y se vistió aprisa. 
-¿A dónde vas? -le preguntó él cuando la vio caminar hacia la puerta mientras abría y cerraba una mano diciéndole adiós. 
-A la mañana de hoy -dijo la tía, mirando su reloj. 
-Pero me quieres -dijo él. -Sí -contestó la tía Clemencia. 
-¿Más que a ninguno de los otros? -preguntó él. 
-Igual-dijo la tía.
-Eres una... -empezó a decir él cuando Clemencia lo detuvo:
-Cuidado con lo que dices porque te cobro, y no te alcanza con las treinta panaderías.
 Después abrió la puerta y se fue sin oir más. 
La mañana siguiente Clemencia Ortega recibió en su casa las escrituras de treinta panaderías y una tienda de abarrotes. Venían en un sobre, junto con una tarjeta que decía: "Eres una terca ".

FÁTIMA LAPUENTE

Fátima Lapuente fue novia de José Limón durante diez años. Desde antes de que él se lo pidiera ella había comprometido su cuerpo lleno de luciérnagas con el hombre que se las había puesto en revuelo. Todo empezó la noche de una fiesta en el campo. Desde el final de la tarde, prendieron una fogata enorme en el centro de la casa. Uno de esos patios que tienen las casas de cuatro lados, para abrir sobre ellos balcones y barandales ávidos de luz y temerosos del campo abierto. Alrededor de la lumbre se fueron sentando los invitados, después de padecer una corrida de toros.
(...)
La fiesta era en un rancho al que una vez al año estaban invitados todos los amigos de la familia Limón, con todos sus hijos y si era necesario sus padres, a celebrar el cumpleaños del viejo abuelo, que era un hombre de pistola y memoria precisas. Junto con su nieto José, era el único habitante del único rancho que la revolución reciente le dejó a su familia. Ese día el viejo y el nieto arreglaban camas en todos los cuartos y hasta en el establo dormían los más jóvenes, mez-clados con los más borrachos.
(...)
Quién sabe cuál habrá sido su preciso encanto. La tía Fátima nunca pudo explicarlo con claridad, pero supo siempre que lo de sus luciér-nagas no tenía remedio y que el vértigo que le provocaban valía la pena de ver cómo sus amigas se casaban una y otra, tenían hijos, cosían y usaban las camas de sus recámaras llenas de encajes y cojines, sólo para intentar alguna vez el juego al que ella y Limón se entregaban, muchas tardes, en el catre desordenado que él tenía en la hacienda.
(...)
La gente decía que era terco y distante, ensimismado, iracundo, egoísta y soberbio. Cuentan también que tenía un cuerpo fuerte y las manos muy grandes, que miraba como quien guarda un secreto y que siendo dueño de fábricas y tiendas se empeñaba en vivir atado a la obligación de cuidar la hacienda, consintiendo las locuras de su abuelo, como si la vida no le ofreciera caminos más cómodos y menos peligrosos. 
Entonces los noviazgos eran largos, pero nunca del largo que alcanzó el de la tía Fátima. Después de los primeros dos años, tras la muerte del abuelo que parecía el único pretexto para no deshacerse del rancho y volver a la ciudad en busca de la vida en sosiego y la novia que lo esperaba desde hacía años, todo el mundo empezó a preguntarse y preguntar cuándo era la boda.
(...)
Llevaban diez años de escandalizar con su eterno noviazgo, cuando a José Limón lo mataron los agraristas. Al menos eso se dijo en la ciudad. Que habían sido los agraristas y nadie más que los agraristas que lo odiaban porque tenía la hacienda dividida entre los nombres de todos sus parientes.
(...)
Al día siguiente caminó frente a los amigos que lo cargaron y lo echaron a la tierra oscura, como si las órdenes de la novia fueran las de una viuda con todos los derechos. Nadie: ni los hermanos, ni los tíos, ni siquiera la madre, pudo intervenir en el orden de tal ceremo-nia. Más tarde la tía Fátima escribió en su diario: "Hoy enterramos el cadáver de José, llorando y llorando, como si su muerte fuera posible. Para mañana sabremos que él nunca ha estado más vivo, y que jamás podrá morirse antes que yo. Porque no alcanzaría la tierra para cubrir la luz de su cuerpo a media tarde, ni el peor viento para acallar su voz hablando bajo. José me pertenece. Me atravesó la vida con su vida y no habrá quién me lo quite de los ojos y el alma. Aunque se pretenda muerto. Nadie puede matar la parte de sí que ha hecho vivir en los otros".
(...)
Cuando murió la tía Fátima, cincuenta años más tarde que José Limón, la enterraron bajo el mismo fresno que a él. La noche del día en que se acostó para morirse escribió en su diario: 
"Creo que el amor, como la eternidad, es una ambición. Una hermosa ambición de los humanos".

TIA MARIANA

"A la tía Mariana le costaba mucho trabajo entender lo que le había hecho la vida. Decía la vida para darle algún nombre al montón de casualidades que la habían colocado poco a poco, aunque la suma se presentara como una tragedia fulminante, en las condiciones de post-ración con las cuales tenía que lidiar cada mañana. 

Para todo el mundo, incluida su madre, casi todas sus amigas, y todas las amigas de su madre -ya no digamos su suegra, sus cuñadas, los miembros del Club Rotario, Monseñor Figueroa y hasta el Presidente municipal-, ella era una mujer con suerte. Se había casado con un hombre de bien, empeñado en el bien común, depositario del noventa por ciento de los planes modernizadores y las actividades de solidaridad social con los que contaba la sociedad poblana de los años cuarenta. Era la célebre esposa de un hombre célebre, la sonriente compañera de un prócer, la más querida y respetada de todas las mujeres que iban a misa los domingos. De remate, su marido era guapo como Maximiliano de Habsburgo, elegante como el príncipe Felipe, generoso como San Francisco y prudente como el provincial de los jesuitas. Por si fuera poco, era rico, como los hacendados de antes y buen inversionista, como los libaneses de ahora.

(...)
De la noche a la mañana perdió la suave tranquilidad con que despertaba para vestir a los niños y dejarse desvestir por su marido. Perdió la lenta lujuria con que bebía su jugo de naranja y el deleite que le provocaba sentarse a planear el menú de la comida durante media hora de cada día. Perdió la paciencia con que escuchaba a su impertinente cuñada, las ganas de hacer pasteles toda una tarde, la habilidad para hundirse sonriente en la tediosa parejura de las cenas familiares. Perdió la paz que había mecido sus barrigas de embarazada y el sueño caliente y generoso que le tomaba el cuerpo por las noches. Perdió la voz discreta y los silencios de éxtasis con que rodeaba las opiniones y los planes de su marido.
(...)
Vivía de pronto en el caos que se deriva de la excitación permanente, en el palabrerío que esconde un miedo enorme, saltando del júbilo a la desdicha con la obsesión enfebrecida de quienes están poseídos por una sola causa. Se preguntaba todo el tiempo cómo había podido pasarle aquello. No podía creer que el recién conocido cuerpo de un hombre que nunca previó, la tuviera en ese estado de confusión.

(...)
Cuando llegaba a esta conclusión, detenía los ojos en el infinito y poco a poco iba sintiendo cómo la culpa se le salía del cuerpo y le dejaba el sitio a un miedo enorme. A veces pasaba horas presa de la quemazón que la destruiría, oyendo hasta las voces de sus amigas llamarla "puta" y "mal agradecida". Luego, como si hubiera tenido una premonición celestial, abría una sonrisa por en medio de su cara llena de lágrimas y se llenaba los brazos de pulseras y el cuello de perfumes, antes de ir a esconderse en la dicha que no se le gastaba todavía. 
Era un hombre suave y silencioso el amante de la tía Mariana. La iba queriendo sin prisa y sin órdenes, como si fueran iguales. Luego pedía: 
.-Cuéntame algo.
(...)
Durante años, la ciudad habló de la dulzura con que la tía Mariana había sobrellevado el romance de su marido con Amelia Berumen. Lo que nadie pudo entender nunca fue cómo ni siquiera durante esos meses de pena ella interrumpió su absurda costumbre de ir hasta Chipilo a comprar los quesos de la semana."

TIA DANIELA


En este relato Ángeles Mastretta nos acerca al amor nuevamente, a como la educación sentimental que recibimos nos influye en las decisiones sobre las relaciones de pareja que tenemos. 
Importancia de romper con la dependencia emocional, con saber contar los problemas que te preocupan, que te amargan, que te producen tristeza. Hablar, contar, trasmitir tus preocupaciones.

"La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota. Lo había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos sobre un paso sereno y había pensado: "Este hombre se cree Dios". Pero al rato de oírlo decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se enamoró de él y de sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera lógica, ni hubiera sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y Sor Juana como quien responde a una canción en el recreo.
(...)
Lo quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales, entregada hasta las uñas a los deseos y ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse y jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para explicar su amor. 
Un día, así como había llegado, se fue sin despedir siquiera. Y no hubo entonces en la redonda inteligencia de la tía Daniela un solo atisbo capaz de entender qué había pasado.
(...)
Cuando volvieron, la tía Daniela apenas podía caminar y desde entonces no quiso levantarse. Tampoco quería bañarse, ni peinarse, ni hacer pipí.
 Una mañana no pudo siquiera abrir los ojos. -¡Está muerta!-oyó decir a su alrededor y no encontró las fuerzas para negarlo.
(...)
Ahí fue a visitarla su amiga Elidé, una joven de piel brillante que hablaba sin tregua y que decía saber las curas del mal de amores. Pidió que la dejaran hacerse cargo del alma y el estómago de aquella náufraga. Era una creatura alegre y ávida. La oyeron opinar. Según ella el error en el tratamiento de su inteligente amiga estaba en los consejos de que olvidara. Olvidar era un asunto imposible. Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos, para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.
(...)
 Al tercer mes de hablar y hablar la hizo comer como Dios manda. Ni siquiera se dio cuenta de cómo fue. La llevó a una caminata por el jardín. Cargaba una cesta con frutas, queso, pan, mantequilla y té. Extendió un mantel sobre el pasto, sacó las cosas y siguió hablando mientras empezaba a comer sin ofrecerle.
(...)
Veinte días después ella y su amiga habían repasado los recuerdos de arriba para abajo hasta convertirlos en trivia. Todo lo que había tratado de olvidar la tía Daniela forzándose a no pensarlo, se le volvió indigno de recuerdo después de repetirlo muchas veces. Castigó su buen juicio oyéndose contar una tras otra las ciento veinte mil tonter-ías que la habían hecho feliz y desgraciada.
(...)

Habían planeado viajar por el mundo en busca del culpable y eso de que la venganza ya no fuera trascendente en la cura de su amiga ten-ía devastada a Elidé. Iban a perderse la India y Marruecos, Bolivia y
el Congo, Viena y sobre todo Italia. Nunca pensó que podría conver-tirla en un ser racional después de haberla visto paralizada y casi loca hacía cuatro meses.
(...)"

TIA VERÓNICA

La tía Verónica era una niña de ojos profundos y labios delgados. Miraba rápido, y le parecía largo el tiempo en el colegio. A veces la castigaban con la cara contra la pared o la ponían a coser el dobladillo que de un brinco le había desbaratado al uniforme. 
En las tardes, por fin, la dejaban jugar con su gata Casiopea, un animal con mirada de reina y actitud desdeñosa, en contraste con sus rayas grises y su pelambre corriente.
(...)
Ella no cuenta exactamente cómo fue que cayó en el juego nocturno que asoció al inefable sexto mandamiento. Quizá porque nunca estuvo claro, y era grande, fantasioso y oscuro como las mismas noches. El caso es que dejó de confesarse y dejó de comulgar uno y otro Viernes Primero. 
Nadie se daba esos lujos en la pequeña comunidad que era su colegio. Seguramente, pensaba ella, porque nadie se daba tiempo para los otros lujos.
(...)
Ella siempre aprovechaba ese tiempo para romper el ayuno con un chicle, tres cacahuates o cualquier cosa que significara un castigo menos grave que la excomunión derivada de comulgar con el sexto mandamiento metido en todo el cuerpo. Pero después de cuatro veces de ponerla a escribir todo un cuader-no con "no debo romper el ayuno", su maestra caminó junto a ella por el parque fijándose muy bien que no se metiera nada en la boca. Entonces alegó no estar confesada y se paró en la punta de la fila más larga junto al confesionario. Para su suerte, había muchas niñas urgidas de confesar lo de siempre: engaños a los papás y pleitos con los hermanos. Ella les cedió su lugar cinco veces y cuando llegó la hora de comulgar, se había librado del confesionario por falta de tiempo.
(...)
La iglesia de Santiago era un esperpento de yesos cubiertos con do-rado y santos a medio despostillar. La misma mezcla de viejos ricos y eternos pobres se amontonaba en sus democráticas y cochambrosas bancas.
(...)
Hasta entonces supo la tía Verónica que tal asunto se podía practicar acompañada. "¿Cómo sería eso?" se preguntó mientras contestaba: "Sola". Era tal su sorpresa que se ahorró la desobediencia y las otras minucias y dijo suavemente: "Nada más, padre". 
Después oyó la penitencia: tenía que salir del confesionario, rezar otra vez el Yo pecador y luego irse a su casa deteniéndose en el ca-mino frente a cada poste que encontrara, a darse un tope al son de una Salve.
(...)
Luego la tomó de la mano, la llevó a sentarse junto a él en una banca vacía, le pellizcó los cachetes, le dio una palmada en el hombro, sonrió desde el fondo de su casto pasado y le dijo: 
-Échale una miradita al Santísimo, y vete a dormir. Mañana comulgas que es Viernes Primero.
Desde entonces la tía Verónica durmió y pecó como la bendita que fue.

¿Te resulta interesante el comportamiento de la tía Verónica? ¿qué destacas de ella?, ¿te gusta su forma de actuar?

TIA CECILIA

" Junto a casa de la tía Cecilia se murió una viejita. La tía vio salir su caja de aquel caserón de piedra tan parecido al de ella, y la recordó conversando con sus gatos y podrida en mugre como había vivido los últimos años. Se rascaba la cabeza que alguna vez peinó unos rizos claros, aún brillantes en los retratos sepia de la sala.
(...)
Eran historias que hablaban de cosas que ella no había oído jamás entre los sanos miembros de su familia. A la tía le gustaba oir una que ponía a la viejita roja de furia: la del hermano descarriado que se metió con una piruja con la que engendró tres hijas a las que ella no había visto ni quería ver jamás.
Hablaba la viejita de su hermano alto, muy guapo, que cometió la barbaridad de meterse con una de la calle a la que por supuesto no llevó a su casa. El hermano había muerto arrepentido de su perdición y preso de los espantosos dolores con que Dios apenas lo castigó por su descarrío.
(...)
De todos modos la tía Cecilia aprovechaba cualquier oportunidad para escaparse a casa de la viejita y recorrerla, metiendo la nariz bajo las camas, tratando de saber qué habría guardado en los roperos para que valiera la pena sentarse a cuidarlos tanto. Nunca pudo saberlo, pero la viejita vivía para ese cuidado. De tanta mugre, tanta pena y tantas cosas se murió por fin a los 97 años.
(...)"

¿Qué destacarias de la vida de tía Cecilia?, ¿con qué adjetivos la definirías?,  ¿te gusta el personajes?, ¿Qué es lo que más te gusta de ella? ¿y lo qué menos?