Me llamo Raquel Calvo Obarrio.
Cuando empecé parvulitos tenía 5 años, fue en el año 1955.
Caminaba cogida de la mano de mi
abuela muy feliz. ¿Qué pensamientos y emociones pasaban por aquella pequeña
cabecita cubierta de rizos dorados? No lo recuerdo, pero sí recuerdo que
llevaba cogida en mi pequeña manita una pizarra y un pizarrín.
La escuela era un edificio de
casas adosadas, todas iguales, en la parte de abajo había una sastrería y
subiendo las escaleras arriba estaba a la izquierda una puerta que era la clase
de parvulitos y la derecha la siguiente clase osea el curso siguiente.
Mi abuela picó a la puerta y
salió a recibirnos la maestra. Me cogió de la mano y me llevó a la clase.
La maestra era joven, alta, guapa
y muy cariñosa. Se llamaba Margarita. Me sentó en una mesa redonda, donde
estaban varias niñas sentadas algunas ya las conocía. Una de ellas era “Inés”
una amiguita mía que me acompañó en todos mis cursos escolares.
El día estuvo muy animado, lleno
de emociones, así lo recuerdo yo. Escribimos en la pizarra con el pizarrín, más
bien hicimos “garabatos” pues no teníamos idea de nada y pintamos cosas en el
encerado con una tiza blanca.
Salimos al recreo, que era en la
calle, jugamos al “corro de la patata” cogidas todas de la mano y la maestra
también se cogió al corro.
Recuerdo que nos dieron un vaso
de leche y un trozo de queso, me lo comí con mucho gusto, yo siempre fui una
niña de comer muy bien.
Al terminar la clase la maestra
nos dijo que al día siguiente fuésemos todas muy guapas que venía un fotógrafo
y que nos haría una foto.
Ese día yo estaba muy linda, con
un abriguito verde con dos hileras de botones. Me lo habían mandando las
hermanas de mi abuela desde “Argentina”
El día fue muy revolucionado,
todas estábamos muy contentas de que nos hicieran la foto. El fotógrafo nos
llamaba una a una a la mesa de la maestra, nos sentaba en la silla de la
maestra detrás estaba el mapa de España y nos saca una foto preciosa, que
podéis ver en este escrito.
Todavía guardo imágenes en mi
retina de la maestra, la clase, la mesa redonda y mi abrigo verde.
Yo solo asistí a clases de niñas,
los niños tenían clase con dos maestros, uno de ellos tenía las clases en una
casa adosada a la de parvulitos en la parte de abajo.
Este maestro se llamaba “Don
Sión” era un maestro que enseñaba bien pero a los niños que eran algo rebeldes
o no estudiaban les daba leña por grandes raciones. Uno de estos niños era
hermano mío “Paco” que siempre fué rebelde y él nos lo contaba.
Por las tardes Don
Sión daba clases particulares y en esas clases iban niños y niñas. Este maestro
tenía muchos hijos, todos varones y como se solía decir, tenía que dar clases
particulares pues los maestros ganaban poco sueldo de eso el dicho: “pasa más
fame que un maestro de escuela”.
Mi siguiente clase fue la de Dña.
Nieves, una maestra ya mayor y recuerdo que siempre vestía de negro, era buena,
pero castigaba a algunas niñas de cara a la pared o a escribir en la libreta
muchas veces la misma cosa. Esta clase estaba al lado de la de parvulitos en
esta clase estuve más de un año y en esa clase ya teníamos deberes y un libro que
era una enciclopedia pequeña y también recuerdo un catecismo.
La siguiente clase a la que fui
era en otro edificio la maestra se llamaba Dña. Carmen, era bastante mala, a mí
nunca me pegó pero sí que les pegaba a algunas niñas. Les gustaba el “morapio”
o sea la bebida y recuerdo que era pequeña regordeta y con el pelo canoso.
En esta escuela había otra clase que era de
niños y el profesor se llamaba “Don Dionisio” que también le gustaba empinar el
codo. Las clases eran en la parte de abajo y en la planta de arriba vivía este
maestro y su esposa.
Cuando era la hora del recreo nos
juntábamos en la calle, los niños y las niñas. La maestra y el maestro se reunían y se tomaban más copitas esto lo
que se comentaba y a mí me quedó grabado. En esta clase estuve dos años.
Mi próxima clase fue otra
maestra, que se llamaba Doña Gabriela, que vivía cruzando la calle enfrente de
mi casa, o sea que la tenía muy cerquita. La clase era una casa grande en la
parte de abajo había un almacén de calderería y subiendo unas escaleras estaba
la vivienda de la maestra y en la sala grande era la clase. Tenía tres hileras
de pupitres, en cada hilera cinco pupitres, cada uno con dos asientos, el pupitre
era un poco inclinado y debajo tenía un hueco para poner los libros.
En esta clase yo tenía doce años y aquí termine mis estudios y me saque el certificado de estudios, por cierto lo tengo muy bien guardadito, y me saque un “NOTABLE”.
En esta clase yo tenía doce años y aquí termine mis estudios y me saque el certificado de estudios, por cierto lo tengo muy bien guardadito, y me saque un “NOTABLE”.
En todas estas
clases me acompañó mi amiga Inés y nos sacamos el certificado a la vez. Ella
sacó “sobresaliente”, era muy buena estudiante.
Me pregunto muchas veces, ¿por
qué en las clases siempre ponían las buenas estudiantes en los primeros pupitres? Cuando debería ser al contrario. Las malas
estudiantes siempre estaban en los últimos pupitres. Debería poner a las malas
estudiantes en los primeros para que prestasen más atención y poderlas
controlar mejor, es mi opinión.
Al terminar
esta clase, cambió mi vida. Mi mamá emigró a Suiza, a mi me internó en un
colegio de “Lugo” que era de monjas. Todo lo contando sucedió en Galicia, pues
yo soy gallega de nacimiento.
En este colegio
estuve tres años, me saqué “ingreso” y “primero de bachiller” en el Instituto
de Lugo. En este centro fui muy feliz, aprendí muchas cosas, cultura general,
aprendí a escribir a máquina y muchas labores, las monjas sí que enseñan
disciplina, que a lo largo de mi vida me
ha sido muy útil. En el año 65 en el mes de agosto, vino mi mamá de Suiza de
vacaciones, me sacó del colegio y me llevó para Suiza con ella. Pero esta es
otra historia que parte de ella ya os la conté en mi relato “mujeres de ojos claros”.
http://asocmujerescontiempopropio.blogspot.com.es/2014/02/mujeres-de-ojos-claros.html
Nunca olvidaré
estos años de la escuela, en la que fui tan feliz. Siempre llevaré en mi
interior aquella niña que estaba llena de ilusión, inocencia y buenos
sentimientos.
Pero pasan los
años esa niña se hace mujer, se casa tiene tres hijos maravillosos, los cría y
de nuevo empieza a la escuela.
En el año 2005 leí
unos folletos que anunciaban “Programa Tiempo Propio”, me apunté y participé
tres años.
Mi primer día, aquí si me acuerdo bien de la emoción, nervios, intriga y
muchas cosas que pasaban por mi mente. Cómo será la gente, la monitora, que
cosas haremos, con quién me encontraré, conoceré a alguna de las participantes y
eso que yo empecé acompañada por dos amigas “Rosa” y Nelida”, fue una experiencia
única. Siempre acudí con gran emoción, intriga de lo que haríamos ese día y me divertí
siempre aprendiendo y participando con la ilusión de la que me caracterizo..
Ahora sigo en
la “Asociación mujeres con tiempo propio”, desde el primer día que terminé el “programa
Tiempo Propio” y sigo igual de ilusionada cada curso. Espero con ilusión que será
lo que haremos este año que cursos daremos y claro reunirme con las compañeras
una necesidad ya vital, pues es un vínculo de muchos años.
Creo que nunca se
debe perder la ilusión, es uno de los motores de la vida.