lunes, 9 de diciembre de 2013

FÁTIMA LAPUENTE

Fátima Lapuente fue novia de José Limón durante diez años. Desde antes de que él se lo pidiera ella había comprometido su cuerpo lleno de luciérnagas con el hombre que se las había puesto en revuelo. Todo empezó la noche de una fiesta en el campo. Desde el final de la tarde, prendieron una fogata enorme en el centro de la casa. Uno de esos patios que tienen las casas de cuatro lados, para abrir sobre ellos balcones y barandales ávidos de luz y temerosos del campo abierto. Alrededor de la lumbre se fueron sentando los invitados, después de padecer una corrida de toros.
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La fiesta era en un rancho al que una vez al año estaban invitados todos los amigos de la familia Limón, con todos sus hijos y si era necesario sus padres, a celebrar el cumpleaños del viejo abuelo, que era un hombre de pistola y memoria precisas. Junto con su nieto José, era el único habitante del único rancho que la revolución reciente le dejó a su familia. Ese día el viejo y el nieto arreglaban camas en todos los cuartos y hasta en el establo dormían los más jóvenes, mez-clados con los más borrachos.
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Quién sabe cuál habrá sido su preciso encanto. La tía Fátima nunca pudo explicarlo con claridad, pero supo siempre que lo de sus luciér-nagas no tenía remedio y que el vértigo que le provocaban valía la pena de ver cómo sus amigas se casaban una y otra, tenían hijos, cosían y usaban las camas de sus recámaras llenas de encajes y cojines, sólo para intentar alguna vez el juego al que ella y Limón se entregaban, muchas tardes, en el catre desordenado que él tenía en la hacienda.
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La gente decía que era terco y distante, ensimismado, iracundo, egoísta y soberbio. Cuentan también que tenía un cuerpo fuerte y las manos muy grandes, que miraba como quien guarda un secreto y que siendo dueño de fábricas y tiendas se empeñaba en vivir atado a la obligación de cuidar la hacienda, consintiendo las locuras de su abuelo, como si la vida no le ofreciera caminos más cómodos y menos peligrosos. 
Entonces los noviazgos eran largos, pero nunca del largo que alcanzó el de la tía Fátima. Después de los primeros dos años, tras la muerte del abuelo que parecía el único pretexto para no deshacerse del rancho y volver a la ciudad en busca de la vida en sosiego y la novia que lo esperaba desde hacía años, todo el mundo empezó a preguntarse y preguntar cuándo era la boda.
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Llevaban diez años de escandalizar con su eterno noviazgo, cuando a José Limón lo mataron los agraristas. Al menos eso se dijo en la ciudad. Que habían sido los agraristas y nadie más que los agraristas que lo odiaban porque tenía la hacienda dividida entre los nombres de todos sus parientes.
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Al día siguiente caminó frente a los amigos que lo cargaron y lo echaron a la tierra oscura, como si las órdenes de la novia fueran las de una viuda con todos los derechos. Nadie: ni los hermanos, ni los tíos, ni siquiera la madre, pudo intervenir en el orden de tal ceremo-nia. Más tarde la tía Fátima escribió en su diario: "Hoy enterramos el cadáver de José, llorando y llorando, como si su muerte fuera posible. Para mañana sabremos que él nunca ha estado más vivo, y que jamás podrá morirse antes que yo. Porque no alcanzaría la tierra para cubrir la luz de su cuerpo a media tarde, ni el peor viento para acallar su voz hablando bajo. José me pertenece. Me atravesó la vida con su vida y no habrá quién me lo quite de los ojos y el alma. Aunque se pretenda muerto. Nadie puede matar la parte de sí que ha hecho vivir en los otros".
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Cuando murió la tía Fátima, cincuenta años más tarde que José Limón, la enterraron bajo el mismo fresno que a él. La noche del día en que se acostó para morirse escribió en su diario: 
"Creo que el amor, como la eternidad, es una ambición. Una hermosa ambición de los humanos".

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