lunes, 9 de diciembre de 2013

CLEMENCIA ORTEGA

Romper con las convenciones sociales, disfrutar de tu propia sexualidad, decidir tu vida, esta es la historia de Clemencia Ortega. 
¿Os ha gustado el personaje?

El novio de Clemencia Ortega no supo el frasco de locura y pasiones que estaba destapando aquella noche. Lo tomó como a la mermelada y lo abrió, pero de ahí para adelante su vida toda, su tranquilo ir y venir por el mundo, con su traje inglés o su raqueta de frontón, se llenó de aquel perfume, de aquel brebaje atroz, de aquel veneno. 
Era bonita la tía Clemencia, pero abajo de los rizos morenos tenía pensamientos y eso a la larga resultó un problema. Porque a la corta habían sido sus pensamientos y no sólo sus antojos los que la lleva-ron sin dificultad a la cama clandestina que compartió con su novio.
En aquellos tiempos, las niñas poblanas bien educadas no sólo no se acostaban con sus novios sino que a los novios no se les ocurría siquiera sugerir la posibilidad.
(...)
Así que el novio no sintió nunca la vergüenza de los que abusan, ni el deber de los que prometen. Hicieron el amor en la despensa mien-tras la atención de todo el mundo se detenía en la prima de la tía Clemencia, que esa mañana se había vestido de novia para casarse como Dios manda.
(...)
Cuando el novio al que se había regalado en la despensa quiso ca-sarse con la tía Clemencia, ella le contestó que eso era imposible.
(...)
La mañana de un martes, diecinueve años después de haber perdido el perfume y la boca de la tía Clemencia, un yucateco se presentó a ofrecerle en venta la tienda de abarrotes mejor surtida de la ciudad.
(...)
Él la vio acercarse y quiso besar el suelo que pisaba aquella diosa de armonía en que estaba convertida la mujer de treinta y nueve años que era aquella Clemencia. La vio acercarse y hubiera querido desaparecer pensando en lo feo y envejecido que él estaba. Clemencia notó su turbación, sintió pena por su barriga y su cabeza medio calva, por las bolsas, que empezaban a crecerle bajo los ojos, por el rictus de tedio que el hubiera querido borrarse de la cara.
(...)
-Apaga la luz -pidió ella cuando entraron a la bodega y el olor del orégano envolvió su cabeza. El extendió un brazo hacia atrás y en la oscuridad reanduvo los veinte años de ausencia que dejaron de pe-sarle en el cuerpo. 
Dos horas después, escarmenando el orégano en los rizos oscuros de la tía Clemencia, le pidió de nuevo: -Cásate conmigo. 
La tía Clemencia lo besó despacio y se vistió aprisa. 
-¿A dónde vas? -le preguntó él cuando la vio caminar hacia la puerta mientras abría y cerraba una mano diciéndole adiós. 
-A la mañana de hoy -dijo la tía, mirando su reloj. 
-Pero me quieres -dijo él. -Sí -contestó la tía Clemencia. 
-¿Más que a ninguno de los otros? -preguntó él. 
-Igual-dijo la tía.
-Eres una... -empezó a decir él cuando Clemencia lo detuvo:
-Cuidado con lo que dices porque te cobro, y no te alcanza con las treinta panaderías.
 Después abrió la puerta y se fue sin oir más. 
La mañana siguiente Clemencia Ortega recibió en su casa las escrituras de treinta panaderías y una tienda de abarrotes. Venían en un sobre, junto con una tarjeta que decía: "Eres una terca ".

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