viernes, 7 de febrero de 2014

HERMANA MAYOR



Os voy a contar la historia de una hermana mayor: la historia de muchas hermanas mayores.

   Era la mayor de cinco hermanos. Cuando tenía año y medio nació su hermano Tasio. Cuando cumplió tres su hermano Pablo. Los dos nacieron en Zamora. Cuando cumplió ocho su hermano Julio, en un pueblo llamado Morales de Toro, y cuando cumplió doce su hermana Pilina, en otro pueblo llamado Fuentes de Ropel.

Como veis, una familia muy movida.

Todas sabéis, por lo que vivisteis, lo trabajosas que eran las labores de la casa en aquellos tiempos en los pueblos. Picar la leña en el corral, encender la cocina de paja, ir por agua a la fuente, lavar la ropa en la misma fuente o en el río… hacer la comida, coser, planchar. Todo manual sin que hubiera una sola máquina en la casa.

   Con ocho años ya ayudaba a su madre en todas estas labores y cuando la madre tenía que salir ella se quedaba cuidando al hermano de meses, o lo llevaba en brazos a los recados o a jugar. Por entonces su madre la enseñó a tejer y a coser y en la escuela aprendió a hacer vainica.

  Todo este trabajo le impedía jugar todo el tiempo que deseaba, que como toda niña era siempre. Jugando a la comba, al escondíte, a las casitas, al teatro… se le iba el santo al cielo y llegaba tarde a casa.
Entonces, la madre, que estaba esperando por ella nerviosa ante todo lo que le quedaba por hacer, le gritaba:
  -Ocho cañazos, que no piensas más que en jugar. No vales para nada.

   Estas palabras calaron en ella y la hicieron una niña tímida e indecisa. Cuando algo le salía mal, pensaba:
  -No valgo para nada.

 Cuando tenía doce años nació la hermana pequeña.
  Los tiempos ya no eran los mismos. Su madre estaba más relajada y la situación económica iba mejorando.   
   Los dos hermanos mayores estaban internos en un colegio, y había alguna comodidad más en casa.
   Cuando la hermana tuvo ocho años se convirtió en su espejo.

   La madre no la reñía por que se pasara la tarde jugando, no la necesitaba, le reía sus equivocaciones:
  -¡Mira que le dije que trajera azúcar y trae sal! ¡ja ja ja!.
  -¡Qué cama! ¿Cuándo aprenderá a hacerla?.
  -¡Ayuda a tu hermana con los deberes! (¿Quién me ayudó a mi? Pensaba…)

   Empezó a darse cuenta que a su edad ella le daba mil vueltas, que sí valía y mucho. Y fue desprendiéndose poco a poco de sus inseguridades.

   Además, sus hermanos la adoran y decían que había sido como una segunda madre. Sobre todo la pequeña, que un día al preguntarle qué se sentía teniendo una hermana mayor, contestó:
  - Como una madre, pero en mejor.
También para la madre la hija pequeña debió ser un espejo, porque un día le dijo:
  - Hija, perdóname, te exigí demasiado y no tuviste ni la mitad de las cosas que tu hermana ha tenido.

(Socorro Gallego, profesora de EGB en Villaviciosa. Jubilada actualmente)

jueves, 6 de febrero de 2014

MUJERES DE OJOS CLAROS

  Me propongo con estas lineas contaros un poco la Historia de mi familia.
   Somos tres generaciones de mujeres de ojos claros. Tres generaciones de mujeres inmigrantes.
   Las primeras que emigraron fueron mi abuela Aurora y sus tres hermanas, mi abuela era la mayor de las cuatro.


   Salieron un día de verano del Puerto de Vigo en barco hacia "América" su destino, tras un mes de navegación en bastante malas condiciones fue "Buenos Aires".

   Su comienzos fueron duros, pero se labraron un futuro y tuvieron negocios importantes; la única que regresó a España fue mi abuela Aurora; sus hermanas quedaron en Buenos Aires donde fallecieron. Descendientes de mi familia siguen en América y están bien, nos visitan de vez en cuando.


   La segunda generación de emigrantes fue mi madre. Su destino Suiza.


  Después de unos años trabajando allí, fuimos mi hermana y yo que era la mayor a reunirnos con mi madre a Suiza, aquí está la tercera generación de emigrantes. 

  Yo fui a Suiza en el año 65, allí estaba todo muy adelantado con respecto a España, que iba veinte años retrasada en todo; yo nunca había comido un yogurt ni visto tubos de mahonesa, que por cierto en un principio no me gustaron, luego ya me acostumbre y me gustaba todo, allí fui muy feliz.


   Como persona inquieta, observadora, con ganas de aprende, mucha creatividad...nunca me gustaron los trabajos sin movimiento y menos sin poderme relacionar con la gente o sea, no me gusta la monotonía. Trabajé en varias fábricas: de relojes, de aspiradoras, de colchones, etc.
  Un día por casualidad, ví un cartel que decía "se necesitan enfermeras de psiquiatría" me presente y me admitieron, algo vieron en mi, esa era mi vocación, relacionarme con la gente que te necesita.
  Como yo no me podía permitir estudiar sin cobrar, en este hospital cobrabas un sueldo muy buieno, podías algunos días trabajar y otros tenías teoría, se compaginaba muy bien.
  Así fueron mis comienzos como enfermera y los días más felices de mi vida.
  En el psiquiátrico había departamenteos muy peligrosos, donde estaban las mujeres "locas". Cuando llevaba seis meses trabajando y estudiando, que ya tenía conocimientos adquiridos, tuve que ir al departamento más peligroso, yo nunca tuve miedo, pero era para tenerlo.
  Un mañana fuimos otra enfermera y yo a llevale el desayuno a una enferma que estaba en una habitación de seguiridad. La habitación, con una puerta gruesa, una ventana para mirar antes de entrar, dentro un colchón tirado en el suelo, forrado con un plástico duron, sin cremalleras, una ventana alta, todo para abrir con llave maestra que llevabamos las enfermeras en el bolsillo del uniforme.
   Cuando abrí la puerta, después de mirar por la ventana, me quedé sorprendida, petrificada, pero pronto reaccioné...De pie estaba una mujer desnuda, de unos 42 años, alta, delgada, de pelo oscuro y corto, era muy guapa, aún en la situación que estaba, el camisón tirado en el suelo, todo sucio y embadurnado en sus propios excrementos. Me llamó tanto la atención que hablara español, sus palabras eran confusas, me pareció raro. Su nombre y apellidos eran Suizos.
  Al otro día hablé con mi supervisora le dije lo que me extrañaba que "Frau Müller" hablara español y me dejó ver su historial, me sorprendió muchisimo.
  Lo primero antes de contaros porque se volvió loca esta mujer, os diré que la locura es tremenda. "Elisabet" que así se llamaba de nombre, era muy peligrosa cuando le llevabamos la comida en la bandeja a su habitación, te la podía azotar y hacer saltar por los aires, te podía atacar; nunca podía entrar sola una enfermera, una de sus manías eran "las rubias". Un día que la habíamos sacada de la habitación para que se lavara, la acompañamos un enfermera alemana y yo, la alemana era rubia, estabamos las dos de pie, yo cerca de la alarma y la alemana estaba más cerca de ella, con un agilidad de vértigo la agarró del cuello, yo no podía hacer nada más que sonar la alarma, enseguida vinieron los refuerzos, entre todas consegímos soltarle las manos del cuello; pobre "Rita" la enfermera, ya estaba morada y no podía respirar, se recupero.
  No os podéis imaginar la fuerza que tienen las personas que están trastornadas. 
Por las mañanas todos los días a "Elisabet" la llevabamos a que se hiciera un baño, que le había preparado antes con agua calentita, dado el estado en el que se encontraba cada mañana; por el pasillo caminabamos hasta los banos con ella, dos enfermeras una a cada lado, manteniendo siempre una distancia. Ella desnuda, tan alta y delgada, el camisón le duraba poco tiempo puesto. Al llegar al baño, se metía dentro, nosotras de pie esperando, empezaba a dar volteretas se quedaba con la cabeza debajo del agua, y los pies para arriba, la primera vez que la ví, le dije a mi compañera, se va "ahogar", aguantaba mucho tiempo debajo del agua y de golpe salía como un ciclón, salpicando y hechando el agua todo fuera. No sé ahogaba, todos los días lo mismo, tenía unos pulmones de atleta.
   "La historia de Elisabet", ella era bailarina de danza clásica y ballet, de una familia adinerada en Suiza.
Estando de gira por "América", actuaba en el teatro Colón de Buenos Aires. Después de un espectáculo de gran éxito, le presentan a la salida a un bailarín de tango, guapo, algo mayor que ella, su nombre era Dionisio pero lo llamaban "Dinio". Elisabet se enamoró de él, fue un flechazo, empezaron a salir y pronto se casaron. Él la enseñó a bailar tango y actuaba con él, fueron felices algún tiempo, hasta que ella se quedó embarazada, tuvo tres hijos con él, ella tuvo que dejar su profesión.
Dinio era un "Don Juan" la última que llegaba se liaba con ella, tenía labía para conquistar, cada día llegaba más tarde a casa, todo eran disculpas y sus palabras amorosas, te quieron y bla...bla...bla... pero no cambiaba.
Elisabet lo perdonaba una y otra vez, calló en una gran depresión.
Sus padres al corriente de todo fueron a por ella y los niños, pelearon en médicos y lucharon por su recuperación. Su cabez se trastorno, no conocía ni a sus hijos, no tenía conversación, estaba ida, hablaba para ella, vivía en su mundo, acabó "loca de amor" en una habitación de un psiquiátrico donde yo la conocí, hablando en español, cosas que tenía en su cabeza y que le habían hecho tanto daño.
   Esto lo cuento, ya pasaron 43 años, cuando yo trabajaba en el psiquiátrico las normas eran que lo que pasaba allí no se podía contar fuera. Allí ví cosas muy tremendas, esta es una de ellas. 

Espero que esta historia y parde de la mía os haya gustado. 
Grandes historias, gracias por compartirlas con nosotras, RC (socia de Pola de Siero)

martes, 4 de febrero de 2014

TANTOS RECUERDOS



Yo era una niña rubia con tirabuzones, los cuales me peinaba mi abuela con gran esmero utilizando agua y azúcar para que no se me deshicieran en todo el día.




El primer libro que tuve lo llamábamos “el rayas”, lo metíamos en una maleta de cartón ya que era una pi8zarra que tenía una bolita de trapo para borrar.
Más adelante el día de reyes, mi tío me regalo un estuche de seis colores, un lápiz, una goma y un pizarrón grande, que me encantó.
   
    Íbamos a la escuela en madreñas y con un saco en forma de capucho por si llovía, me encantaba meter los pies en los charcos, sobre todo en invierno cuando estos estaban congelados y se rompían.

   En el trayecto de casa a la escuela cogíamos leña en los castañedos que encontrábamos, haciendo con ella un atijo que más tarde utilizaríamos para encender la estufa, puesto que nuestra escuela era muy fría, triste y oscura, ninguna comparación con las actuales ya que no teníamos ni baños.

   En mi primer día de escuela, recuerdo la imagen hermosa   y cuidada de mi señorita, con su falda negra, zapatos de tacón y aquellas largas uñas pintadas; su aspecto me llamo la atención ya que mi mamá nunca iba tan arreglada como ella, puesto que vivía por y para trabajar, ya sea en la huerta, labrando la tierra o haciendo la trashumancia a las montañas para conseguir lo necesario y dar un bienestar a sus hijos, los cuales dejaba el cuidado de  su mamá, es decir mi abuela.

  Aquella señorita estuvo poco tiempo con nosotros, después vino otra señorita que esta opositando en Oviedo, la cual trabajo  a sus hermana pequeña para darnos clase, con ella leímos muchos cuentos, que aunque me gustaban  mucho, algunos personajes como las madrastras llegaron a traumatizarme, puesto que en una ocasión celebrando la boda de mi madrina, no quería que mis padres bailaran con nadie ya que tenía miedo a que me dejaran sola.

  Cuando la señorita sacó su oposición, ella y su hermana se marcharon, dejando su puesto a otra maestra a la que le encantaba coser, tanto le gustaba que solo hacia labores en clase mientras nosotros no adelantamos en nada, de modo que al poco tiempo se fue.



   En el próximo curso escolar, por así decirlo, tuvimos una magnifica profesora en esta ocasión de Avilés, que sólo duraría un año.

   A estas alturas de la historia, ya tenía 12 años, entonces llegó a la que conoceríamos como la señorita Josefina, aquella maestra nos motivaba en los estudios, conversaba con nostras para saber enfrentarnos a las diferentes situaciones de la vida como mujeres, hacíamos diferentes actividades como presentarnos a concursos, donde expusimos una canastilla hecha por nosotras , y conseguimos el segundo puesto; también nos llevo por primera vez al cine a ver la película “los 10 mandamientos” y de excursión a Ribadesella para conocer el mar y a Covadonga para rezar a la Santina.



La señorita Josefina tenía por costumbre nombrar cada día a una de nosotras para que fuera responsable de la clase. El día que le tocó a mi amiga lo hizo muy bien, se involucro mucho en su papel, de modo que al terminar salimos juntas riéndonos y merendando pan con chocolate.
Al llegar a casa, cada una fue a hacer sus labores, yo a por agua a la fuente y ella junto con su vecina a por las ovejas, más tarde pasó lo inesperado, su vecina regresó al pueblo pidiendo ayuda por no encontraba a la niña, cuando la encontraron estaba dormida para siempre, aquella noticia impacto a todo el pueblo y toda la escuela se volcó en su último adiós con flores, rezo y muchísima pena por aquel vació que el suceso había dejado en nuestros corazones.
No quiero terminar sin tener un recuerdo para mis dos amigas de la infancia.
Estas niñas eran hermas  y siempre que podía iba a jugar con ellas a su casa, nos gustaba jugar  a las mamás con muñecas que teníamos de cartón e imaginarnos que se ponían malitas y las llevábamos al médico, a continuación nos pasábamos por la plaza de abastos para comprar víveres y regatear con los precios de los mercaderes.
En otras ocasiones nos disfrazábamos de señoras, poniéndonos tacones, maquillándonos y vistiéndonos con una faja como si fuera una falda de tubo, por lo que cuando llegaba su mamá nos veía con aquel aspecto se acababa el juego de inmediato.
También nos fijábamos como hacían el arroz con leche y le echaban anís dulce, así que tal cual se despistaban de la botella, nosotras la cogíamos y le dábamos un sorbo ¡que rico estaba!
Con tantos recuerdos y tantas historia, es del día de hoy que estas dos hermanas son como mi familia.

¡¡ GRACIA ALICIA (socia de Pola de Siero), por estos recuerdos también detallados, emotivos y divertidos a la vez!!