Cuando yo era una niña, vivía con mis
padres en Pumarín (Oviedo). Teníamos una vecina, viuda, con tres hijos, dos
mujeres y un varón, se llamaba Carmina; desde mis siete u ocho años me parecía
muy vieja a pesar de llevar el pelo teñido y los labios muy pintados.
Carmina había nacido en Luanco, y por
cosas de la vida y de la guerra, recaló y se afincó en Oviedo.
Hace tiempo que las líneas de su rostro
se borraron de mi memoria, pero recuerdo muchos detalles de sus quehaceres más
habituales. Tenía un bastidor cuadrado, de pie alto, de forma que trabajaba con
él sin tener que sentarse; a mí me llamaba mucho la atención ver cómo tramaba y
bordaba los visillos con los que adornaba su casa, pero sobre todo era el olor
y el sabor de las marañuelas que me hacía subir a visitarla; por aquel entonces
yo tenía un sexto sentido para sorprenderla con las manos en la masa, y,
mientras rallaba limón y amasaba me contaba cómo era el pueblo donde había
nacido y crecido:
-Cuéntame algo, Carmina.
-Sí, pero estate ahí quietina y no toques
nada.
-Vale.
Luanco es una villa, no muy grande,
acurrucada a la vera de la mar, cerca del Cabo Peñas; el más grande de
Asturias; casi todas sus casas son pequeñas, de un piso o dos, ¡Como ésta! Pero
también las hay mejores, grandes y hermosas. Esas están en la plaza.
Allí casi todos viven de la pesca. Mi
padre era el patrón de una lancha La Virgen de los Remedios, ¡nunca se
me olvidará! y con él trabajaban otros cinco marineros. Muchas noches salían a
la merluza y allá en la mar, lejos de la costa, pasaban las horas bajo las
estrellas y no regresaban a puerto hasta la madrugada. Me parece ver llegar a
mi padre con su boina negra y su ropa de mahón; mi madre y yo salíamos a la
puerta y por la expresión de su cara ya sabíamos cómo había ido la faena.
Cerca del pueblo -a uno o dos kilómetros-
la gente vivía de la tierra, era muy normal ver a una neña o a un neñu
en un prado cuidando unes vaquines o a un paisano arando, sembrando o
segando y entonando una canción; pero para los de Luanco esos eran aldeanos.
¡Y si vieras, qué iglesia! ¡Preciosa!
Allí, en el saliente de la bahía, donde rompen las olas formando encajes de
espuma, allí está ella enclavada, como una nao serena, fuerte y hermosa
desafiando a la mar. ¡Cuánto rezamos allí cuando había galerna!
Con toda nuestra fe, allí nos reuníamos
mujeres, neños y viejos a rogar para que las lanchas volvieran con todos
sanos y salvos. Y hay quien dice que las sardinas son baratas ¡Dios santo!
Y cuando la costera del bonito, ¡Cuánto
trabajé en la fábrica!, yo y todes les rapaces de la mi edad y otras
mujeres mayores, para poder llevar unes perruques para casa, después no
había quién sacara el olor del cuerpo.
Tuve un novio. Los padres tenían tierras,
no serían muchas, porque penurias pasaban, y en mi casa me decían:
-¿Qué ye, mona, que vas a conformate
con un aldeanu y probe?
El casu fue que el rapaz
decidió marchar para Cuba, y con él el mozu de la mi amiga Concha.
-¿Y qué pasó? ¿Volvió ricu?
-¡Ay fillina! Marchar, marchaben, lo
de cómo volvíen ye otru cantar. Algunos -¡pocos!- sí,volvíen, con buenes
perres, e hicieron unes cases precioses, con jardín y hasta palmeres, para que
nos enterásemos y no se nos olvidase. Otros volvíen sin nada, como decía la
gente: A esi cayoi la maleta al agua. Y otros, bueno… quedaron por allá, no
aguantaron el calor y la pena y no tuvieron dinero pa volver.
-Carmina, ¿El tu mozu volvió?.
-¡Esi cabrón! Enamorose de una negrina y
quedó por allá. ¡Mejor!
Yo ya tenía otru…
Hace poco tiempo, una tarde de verano,
fuimos por la zona de Avilés y recalamos en Luanco. ¿Dónde estaba aquél pueblín
pesqueru?, ¿Dónde las fábricas de pescado? Todo eran chalets, edificios de
varios pisos, gente bien vestida paseando, la playa atestada de gente tomando
el sol y bañándose. Vi prosperidad, dispendio y hasta tontura.
Carmina
no reconocería su pueblo si hoy volviera. Sólo la iglesia sigue igual, allí en
el extremo, mirando al mar como siempre, viendo pasar el tiempo, las
generaciones, las modas, la penuria y la abundancia y arropando entre sus muros
a quienes vayan a implorar o rogar por sus más íntimos anhelos o por sus seres
más queridos.
Fdo: Nieves del Campo, maestra jubilada de Villaviciosa
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