Os voy a contar
la historia de una hermana mayor: la historia de muchas hermanas mayores.
Era la mayor de
cinco hermanos. Cuando tenía año y medio nació su hermano Tasio. Cuando cumplió
tres su hermano Pablo. Los dos nacieron en Zamora. Cuando cumplió ocho su
hermano Julio, en un pueblo llamado Morales de Toro, y cuando cumplió doce su
hermana Pilina, en otro pueblo llamado Fuentes de Ropel.
Como veis, una
familia muy movida.
Todas sabéis, por
lo que vivisteis, lo trabajosas que eran las labores de la casa en aquellos
tiempos en los pueblos. Picar la leña en
el corral, encender la cocina de paja, ir por agua a la fuente, lavar la ropa
en la misma fuente o en el río… hacer la comida, coser, planchar. Todo manual
sin que hubiera una sola máquina en la casa.
Con ocho años ya
ayudaba a su madre en todas estas labores y cuando la madre tenía que salir
ella se quedaba cuidando al hermano de meses, o lo llevaba en brazos a los
recados o a jugar. Por entonces su madre la enseñó a tejer y a coser y en la
escuela aprendió a hacer vainica.
Todo este trabajo
le impedía jugar todo el tiempo que deseaba, que como toda niña era siempre.
Jugando a la comba, al escondíte, a las casitas, al teatro… se le iba el santo
al cielo y llegaba tarde a casa.
Entonces, la
madre, que estaba esperando por ella nerviosa ante todo lo que le quedaba por
hacer, le gritaba:
-Ocho cañazos,
que no piensas más que en jugar. No vales para nada.
Estas palabras
calaron en ella y la hicieron una niña tímida e indecisa. Cuando algo le salía
mal, pensaba:
-No valgo para
nada.
Cuando tenía doce
años nació la hermana pequeña.
Los tiempos ya no
eran los mismos. Su madre estaba más relajada y la situación económica iba
mejorando.
Los dos hermanos mayores estaban internos en un colegio, y había
alguna comodidad más en casa.
Cuando la hermana
tuvo ocho años se convirtió en su espejo.
La madre no la
reñía por que se pasara la tarde jugando, no la necesitaba, le reía sus
equivocaciones:
-¡Mira que le
dije que trajera azúcar y trae sal! ¡ja ja ja!.
-¡Qué cama!
¿Cuándo aprenderá a hacerla?.
-¡Ayuda a tu
hermana con los deberes! (¿Quién me ayudó a mi? Pensaba…)
Empezó a darse
cuenta que a su edad ella le daba mil vueltas, que sí valía y mucho. Y fue
desprendiéndose poco a poco de sus inseguridades.
Además, sus
hermanos la adoran y decían que había sido como una segunda madre. Sobre todo
la pequeña, que un día al preguntarle qué se sentía teniendo una hermana mayor,
contestó:
- Como una madre,
pero en mejor.
También para la
madre la hija pequeña debió ser un espejo, porque un día le dijo:
- Hija, perdóname,
te exigí demasiado y no tuviste ni la mitad de las cosas que tu hermana ha
tenido.
(Socorro Gallego,
profesora de EGB en Villaviciosa. Jubilada actualmente)
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